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Autor: Gustavo Olaiz Fernández Coordinador General del CIPPS, FacMed, UNAM para el economista
Foto tomada de: OPS
La vida de un epidemiólogo es la de un vigilante, un centinela de la salud. Se dedica a vigilar a la población a distancia e identificar riesgos y buscar similitudes. Esto ocurre con cualquier riesgo ambiental, medicamentos y por supuesto, vacunas. La tarea es conocer toda reacción que pueda estar asociada, no es definir o mucho menos condenar su uso; se trata de identificar, catalogar, analizar y, cuando se puede, asociar a factores específicos.
Las reacciones adversas a las vacunas se continúan acumulando conforme avanza el proceso de vacunación. La EudraVigilance de la Comunidad Europea (un sistema diseñado para recopilar informes de presuntos efectos secundarios) había recibido hasta el 31 de marzo la notificación de 4,576 reportes de muertes y 199,213 de lesiones en personas a quienes se ha aplicado alguna de las cuatro vacunasautorizadas en Europa. Estas son:
Los eventos registrados por empresas farmacéuticas y autoridades nacionales son públicos y de libre acceso; son producto de la vigilancia sobre las vacunas y tienen la intención de orientar a los tomadores de decisión y a los profesionales sobre la mejor y menos riesgosa forma de usar las vacunas. Además de orientar al público sobre los riesgos a los que nos sometemos.
No existe un producto 100% seguro; ninguno lo es, y mucho menos las vacunas. Identificar aquellos que están en mayor riesgo no debe ser motivo de alarma, debe ser motivo de estudio.
Los resultados nos permiten señalar que aun cuando existe riesgo de enfermedad grave y muerte asociada a la vacuna, el beneficio que aporta a la población es mucho mayor. Las vacunas deben seguir usándose y siendo vigiladas. Las mejores prácticas de uso se irán definiendo con el paso del tiempo.
Miércoles 24 de marzo del 2021, apenas pasando las 5 am. Me desperté por el ruido, el ruido que hacían las cosas mientras caían desde el buró que tengo junto a mi cama. Al empezar a despertar me di cuenta que era yo mismo el que las estaba tirando, aunque no sentía el brazo izquierdo cuando lo hacía. “Creo que me dormí sobre él. Otra vez. Pues ya me había pasado anteriormente.
Jalé el brazo hacia mí, pero no me respondió. Así que me incliné un poco, lo recogí y lo empecé a sobar. Mi mujer ya se había levantado y me preguntó que tenía. Le expliqué, aún amodorrado, que tenía el brazo dormido y que pensaba levantarme para ir al baño.
Tengo 62 años, casi 40 años de ser médico y 35 de ser sanitarista, entrenado como epidemiólogo. Tuve la fortuna de ser alumno y amigo del Dr. Abraham Bennenson, epidemiólogo en enfermedades infecciosas y autor del libro “Control de Enfermedades Infecciosas en el hombre” que edita la Organización Panamericana de la Salud (OPS). También he sido muy afortunado pues pasé cerca de 30 años trabajando para la Secretaría de Salud en ocho áreas diferentes y profesor de epidemiología por más de 30 años.
La pandemia ha sido un azote terrible para la humanidad, pero es una oportunidad única para un epidemiólogo. Así que he vivido un año intenso de grandes retos y satisfacciones. A un año de haber empezado la pandemia, estaba más que listo para seguir las investigaciones, trabajo comunitario y dedicado a la serie de entrevistas y seminarios que se han venido multiplicando conforme avanzamos, mientras la población está más y más inquieta por salir del confinamiento.
La primera señal de alarma fue al incorporarme, traté de usar el brazo izquierdo, pero no respondió. Hice un giro y me levanté del lado derecho y ya francamente alarmado me di cuenta que mi pierna izquierda no respondía. Traté de tocarla con mi brazo y como soy zurdo, pues lo intenté con dicho brazo pero no tuve respuesta. Mi batallar fue escuchado y entendido por mi esposa pues se puso junto a mí y me ayudó a incorporarme. Con esfuerzos pude entrar al baño, pero al salir y tratar de apoyar la pierna izquierda, ésta cedió y me fui de bruces en la cama, sin que pudiera detener la caída.
Para ese momento mi mujer me preguntó si quería que me llevara al hospital. Creo que nunca esperó que mi respuesta fuera afirmativa. Despertó a su hijo Victor quien me vistió y prácticamente me cargó las escaleras para bajar. En ese momento eran las 5:13 de la mañana. A diez minutos de haberme despertado, estaba saliendo de la casa, sin saber qué pasaba pero sintiendo que me asomaba al infierno.
Cuando uno habla de los riesgos de productos farmacéuticos y vacunas, suelo señalar a mis alumnos: “Cuando sucede algo en una persona de entre cien mil, nos sentimos seguros, porque siempre pensamos que somos uno de los otros 99,999, pero qué pasa cuando nos volvemos el uno, el numerador. Ahí si que nos importa.”
La pandemia me tomó en un maravilloso período de mi vida como parte de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Dejé la Secretaría de Salud en el 2010 y empecé con algunos de mis amigos una empresa de tercería y gestión de autorizaciones sanitarias. Nunca ha sido un gran negocio, pero deja para vivir. Hace 5 años, el Dr. Germán Fajardo, amigo y colega, me invitó a trabajar con él cuando fue electo como director de la Facultad de Medicina y hace 4 años me designó, con el aval de nuestro rector el Dr. Graue, como coordinador del Centro de Investigaciones en Políticas, Población y Salud, que hace sobre todo, investigación y docencia en Salud Pública. Han sido cuatro maravillosos años estando en el lugar ideal para estudiar la pandemia, siguiendo el pulso de la misma, y sin tener los compromisos y retos del trabajo de Gobierno. Me ha tocado vivir como epidemiólogo trabajando y actuando desde dentro del Gobierno; por eso no los envidio.
Como parte de mi trabajo he estado en contacto con múltiples jugadores clave en la pandemia, entre ellos el doctor Heberto Arboleya, responsable de la Unidad Temporal COVID-19 en el Centro temporal CitiBanamex.
Conforme me acomodaban en el auto, le marqué al Dr. Arboleya y le expliqué mi caso.
-Heberto, estoy teniendo un accidente cerebral vascular y voy saliendo al hospital.
Me imagino que nadie quiere que lo despierten con una noticia así, pero reaccionó de inmediato.
-“¿A dónde te llevan?”
-Muy buena pregunta…-
Conforme me tardaba en contestar me preguntó:
-¿Tienes seguro de gastos médicos?
-Sí.
-Pues vete al Angeles del Pedregal… le voy a hablar a un amigo. De broma le decimos el Dr. Housito pues se parece en dedicación y disponibilidad al famoso médico de la serie de televisión.
En otro momento me hubiera parecido una buena broma…
-Estoy a cinco minutos…
-Ah caray te cuelgo para localizarlo.
El Dr. House resultó ser el médico internista Fernando García Frade. Empezó a dictar órdenes desde que llegué al hospital. Me canalizaron y en minutos llegó el neurólogo, el Dr. Gerónimo Pacheco, quien se presentó conmigo y me hizo una rápida evaluación.
Decidió que se requería una resonancia magnética de inmediato y por esas amables coincidencias de la vida, se encontraba desocupada. Para mí no hay nada más terrible que estar encerrado y semi asfixiado en un tubo pequeñito y ruidoso. Esta claustrofobia se la debo a un recuerdo de cuando a los 12 años me quedé atorado por unos 5 minutos en una cueva donde mis primos y yo estábamos “explorando”, trauma que nunca he resuelto y se me presenta en los peores momentos. Pero en esta ocasión, el miedo a tener un problema cerebral en desarrollo fue más fuerte, así que obedecí y pude permanecer absolutamente inmóvil por los 20 minutos que duró el estudio.
Al regresar a emergencias, ya me esperaban ambos médicos.
-Lo que tienes es un infarto cerebral de la arteria cerebral media del lado derecho de tu cerebro. Está en evolución y estamos a tiempo de decidir si hacemos un cateterismo o una trombólisis con fármacos. Por el tiempo de evolución pensamos en una terapia trombolítica medicamentosa.
La respuesta mía y de mi mujer fue “adelante”.
Entonces me empezaron a poner el bolo antes de las 6 de la mañana. No habían pasado ni 45 minutos desde que empezó mi enfermedad cerebrovascular.
Las reacciones adversas a las vacunas ocurren en personas comunes y corrientes, con problemas de salud o no, independientemente del grupo de edad, género, etcétera. En la primera clase de Epidemiología I yo les comento a mis alumnos que la enfermedad siempre tiene una razón, una causa y unos factores que la desencadenan, que no ocurre al azar.
La trombólisis es un procedimiento ampliamente usado para disolver los coágulos, tiene la ventaja de ser inespecífico, o sea va a disolver cualquier coágulo en el cuerpo. Se pone en bolo, que quiere decir que pasa rápidamente para tener un efecto inmediato y limitar el daño que se ha producido. Idealmente se puede recuperar parte de la zona alrededor del infarto (que es la zona muerta) porque sólo tiene lesión y no muerte (o sea es una zona isquémica).
El riesgo -meditaba mientras veía pasar el medicamento- es tener una hemorragia cerebral; aunque ocurre en menos del 2% de los casos, es sumamente grave. Mientras veía el bolo pasar platicaba y bromeaba con mi mujer y las enfermeras. Así pasó la primera hora desde que me “desperté” ese día; y desde lo que -entonces no lo tenía claro- se convertiría en mi “nueva realidad”.
La trombólisis exitosa depende de varios factores. Los más importantes son: edad de la persona, peso, diabetes previa e hipertensión no controlada. Sin embargo, el factor más importante es el tiempo que ocurre entre el inicio de síntomas y el inicio del tratamiento. A lo que se le conoce como “llamada-aguja”, que debería ser inferior a los 60 minutos, y “puerta-aguja” (desde la llegada al hospital hasta el inicio de trombolisis). Así que en mi caso y por la rápida acción de los médicos estaba en la mejor “ventana” de tratamiento.
Al terminar el bolo, mis médicos decidieron pasarme a terapia intensiva, aunque había tenido una increíble y rápida recuperación. En menos de dos horas después de haber empezado con el infarto cerebral ya había recuperado el uso de mi pierna izquierda, las lagunas mentales quedaron resueltas y empecé a tener cierto control de mi brazo izquierdo.
El Dr. García Frade ha escrito sobre la absoluta necesidad de estar preparados para los accidentes vasculares, ya sean cerebrales o cardiacos. El código INFARTO que ha implementado el IMSS con mucho éxito y copiado por otras instituciones de salud es un ejemplo de prevención secundaria, ahora tendremos que implementar un nuevo código, el código de Accidente Vascular Cerebral para contender con éste y otros fenómenos. Por su acrónimo sería el código AVC.
Mi caso clínico fue de un infarto cerebral, y ¿cómo se relaciona con la vacuna? Ahí es donde se pone un poco complejo, principalmente porque la cadena causal es muy difícil de complementar. Por eso a estos eventos se les conoce como “Eventos Supuestamente Atribuibles a Vacunación e Inmunización”, mejor identificados como ESAVI.
Un ESAVI es un evento que ocurre en forma posterior a la vacunación y supuestamente es atribuible a ella. Esta definición incluye el término “supuestamente” debido a que se trata de una sospecha. Esto quiere decir que se requiere realizar una investigación de los factores que pudieron causar la manifestación del evento y, además, aplicar una metodología de análisis de casos individuales para establecer la posible relación causal con la vacuna.
Mientras estuve en urgencias me hicieron un ecocardiograma para ver si tenía alguna malformación o estructura que pudiera estar causando los trombos y que se manden a distancia (tromboembolia), pero resultó negativo. Después me realizaron un ultrasonido dopler de las carótidas para buscar placas de ateroma que pudieran ser la causa, sin que las encontraran. Finalmente me pusieron el comodísimo holter de 24 horas, para descartar otras causas (como fibrilación auricular) que pudieran ser la razón de mi caso, pero igualmente resultó negativo. Los médicos buscaron afanosamente algún sustrato orgánico para mi caso. Al tiempo que descartaban riesgos, sin sospecharlo confirmaban la posibilidad de que fuera un ESAVI.
Hace poco, dando seguimiento a un artículo sobre el tema, el profesor de farmacoepidemiología en la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, Stephen Evans, dijo: “El problema con los informes espontáneos de sospechas de reacciones adversas a una vacuna [es] la enorme dificultad de distinguir un efecto causal de una coincidencia . “(BMJ 2021;372:n699).
Tres días después de haber empezado con esta crisis, me dieron de alta con la recomendación de permanecer en reposo relativo, fisioterapia y un limitado número de medicamentos, pero manteniendo la vigilancia sobre mi evolución. Esta se ha parecido a lo que en lo profundo del siglo pasado se tenía como ritual de baile llamado “Yenka”, dos pasitos para adelante y uno para atrás.
Apenas se cumplieron quince días de haber tenido mi infarto cerebral y aparentemente he conservado mis facultades (aunque de principio no eran muchas…) por lo que estoy profundamente agradecido a mis médicos, mi familia, mis amigos y a Dios (soy religioso de conveniencia).
Esta ESAVI debe ser considerada en el contexto general y vigilada como parte del seguimiento internacional de las vacunas. Algo importante que debo decir: Este tipo de experiencias como la que viví de ninguna manera significa que deba dejarse de vacunar. Lo que significa es que conforme avancemos en el proceso de vacunación y tengamos mejor y mayor evidencia, se hagan los ajustes a las indicaciones de las diversas vacunas para mejorar su eficiencia y la protección a la población. Debemos ser claros que no existe una vacuna inocua, es decir que sea absolutamente segura, esa noción nos da un conformismo poco inteligente.
Debemos seguir estudiando como buenos farmacovigilantes todas las reacciones, integrarlas y observar su evolución. Demos tiempo a que podamos entender mejor qué y cómo ocurren. En este tiempo de inmediatez científica, negar la asociación es el denominador común y es un riesgo mayor a la de cualquier vacuna. La mayor parte de los eventos que se recopilen en los sistemas de vigilancia serán menores y de muy bajo riesgo. De los eventos graves, la mayoría serán casualidades, va con el territorio; hacer vigilancia produce una enorme cantidad de información poco útil, pero dentro de toda esa información existe la posibilidad de que alguna puede resultar relevante. Pensemos siempre en que esta posibilidad existe y en sus riesgos. Así nadie podrá señalar que no se hizo bien la tarea de proteger a la población.
Muchas veces se nos ha dicho que una golondrina no hace el verano, y es cierto… pero ahora puedo acotar: a menos que tú seas esa golondrina.
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